Hace años
leí este poema de Unamuno:
La sangre de mi espíritu es mi lengua,
y mi patria es allí donde resuene
soberano su verbo...
y mi patria es allí donde resuene
soberano su verbo...
Estas primeras líneas siempre estuvieron resonando en mí. La idea que la patria se define por la lengua y que el límite (si es lo hay) se identifica con su uso. También me hace pensar en una patria grande que no necesita unirse y que nace con uno mismo.
Esta frase: la sangre de
mi espíritu es mi lengua…, o sea, lo que da vida a mi espíritu,
a mi mente o pensamiento es mi lengua, el idioma que hablo, que vivo, que
siento... ese idioma también es mi frontera.
Cuando uno
aprende idiomas, que no son de raíz latina o el mismo latín inclusive, puede
ver con mayor claridad las relaciones del orden de las ideas. Siempre
pensé sin una razón científica que ciertos idiomas ayudan más a mejorar la
abstracción y por eso mismo a formar estructuras del pensar más desarrolladas.
Los idiomas con declinaciones o que tienen un género neutro definido parecen
más aptos a incentivar la abstracción que otros. Le costaría bastante a los
hispanohablantes pensar en la palabra niño
como género neutro, como en alemán, ¿acaso diríamos lo niño? o que el verbo se pueda
ubicar al final de la oración; imaginemos la frase: el niño contento con su padre en la
plaza juega; o pensar que niño pueda
escribirse distinto dependiendo de la función que ocupe en la oración.
La frase: donde resuene soberano su verbo...
el verbo, verbum, o sea,
la palabra debe ser soberana, debe reinar y reina en algún lugar; por ejemplo,
en Argentina, donde convive el español con otras lenguas originarias, el
español se impone, por estadística ciertamente, de hecho: mi patria no es la
Argentina sino el español o castellano, como le gustaría a los puristas, o más
aun, la patria de un colombiano no es Colombia sino el español y así…
Esta gran comunidad del español nos hace
uno en lo heterogéneo. Es una gran patria, es una hermandad que puede pensar, expresar
y sentir con confines compartidos. Por eso, puede no ofender el repudio a las líneas
de los cartógrafos que son meras arbitrariedades regladas, marcadas
en muchos casos por muerte y dolor; e incluso, que ciertos reclamos soberanos
parecen no ser tan legítimos y ¿qué sería más patriótico que defender la
soberanía de la lengua? O tal vez, ¿qué sería más patriótico que entender esta
soberanía?
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